sábado, 24 de agosto de 2013

Uniformes...

Soy pacifista, de eso no cabe duda. Y lo soy desde chica, creciendo en medio de la Guerra Fría cuando, como digna émula de Mafalda, componía versitos para poner en vereda a rusos y yanquis (versitos que, por suerte, sabe Dios dónde fueron a parar). No pude viajar a Mendoza el 1ro de enero de 2010, para el gran cierre de la Marcha Mundial por la Paz y la No – Violencia que había organizado el Movimiento Humanista, porque mi hijo Juan Lucas era demasiado pequeño para soportar el traslado a la montaña conmigo, pero hay muchas maneras de estar presente en un lugar, más allá del físico, y de todas ellas me valí para no perdérmelo. Los que me conocen saben que he defendido esta posición vital incluso en circunstancias adversas, por ejemplo cuando los profesores de la universidad me la ninguneaban, considerando que “no era una opción política válida”. Y que la he sostenido, en primer lugar, incluso en contra de mí misma, en un proceso inagotable contra mi violencia interna.

 

En fin, mi pacifismo está fuera de toda duda.

Por lo cual resulta, a primera vista, totalmente contradictoria mi fascinación por los uniformes.

Voy a hacer una aclaración desde ya. Me gustan, me encantan (a qué voy a andarme con chiquitas) los uniformados de la ficción. Los que me he cruzado en la vida real no han tenido, ni de lejos, ese efecto… salvo alguna honrosa excepción pero, aclaro, yo era muy joven y él no tenía puesto el uniforme cuando estaba conmigo: nos veíamos en fiestas, y él siempre estaba “de civil”. Así que en esta nota vamos a hablar de lo que nos ocupa habitualmente en este blog: chongos fílmico-literarios pero,  esta vez en particular, pertenecientes a alguna fuerza armada.

Tengo la teoría que los uniformes, sobre todo si son antiguos, le sientan muy bien prácticamente a cualquier muchacho. Tómese cualquier individuo y hágase la prueba de poner, una junto a la otra, una foto corriente y otra, por ejemplo, con el traje de la marina británica de las épocas napoleónicas, y apréciense los resultados. Para muestra, basta un botón… o dos, o tres: ya que estamos, pasemos revista a este trío de tenientes de las películas Mutiny y Retribution, de la serie Hornblower…


 Jamie Bamber, con uniforme es Archie Kennedy (mi yerno en el universo paralelo... ¿se acuerdan?)
 Paul MacGann, interpretando al Tte. Bush, reivindica un apellido deplorable
 Cuando Ioan Gruffudd se calza el traje de Horatio Hornblower, yo sufro un infarto masivo...

Es cierto, prefiero los trajes antiguos. Pero hay gente a la cual hasta el equipo de fajina del ejército contemporáneo le sienta bien… incluso si el corte de pelo lo torna irreconocible, como es el caso de don Nico en La Caída del Halcón Negro.



Si no me equivoco, el mismo Nik dijo que hasta su madre lo había confundido con otro en esta peli... Fuente de la imagen: http://julieannthomas.blogspot.com
 
Aunque, hablando de don Nico, lo que le queda regio a él es otro “uniforme”… digamos, el traje de guardia real…

Y mirá que en ese momento lo consideraba un soberano hijo de mala madre... pero igual. Fuente de la imagen: www.screened.com
 
¿No nos estaremos yendo de tema?

La verdad es que anduve dándole vueltas al asunto, y he terminado por caer en una conclusión un tanto preocupante. En el fondo, no es la ropa. Es la actitud. Lo que me gusta… son los guerreros. Sí, pacifista y todo, pero cuando hago la lista de los personajes que me conmueven, resulta que son todos militares o guerrilleros. Mi madre… y sí, nunca mejor dicho, MI MADRE, con su fascinación por el Ché Guevara… ese también era un guerrero… parece que lo que se hereda no se roba.

Fiel a mi vocación de científico social, tuve que comprobar el caso. Fíjense lo que me pasó con Lost (ya se viene post sobre la primera temporada en retrospectiva, ténganme paciencia…). Me recomendaron la serie desde múltiples lugares. Muchísima gente, y muy diferente entre sí, me dijo que no me la podía perder. Y bueno, hice caso y la encaré. Y… ¿qué personaje masculino me llamó la atención, así, de entrada nomás? Muchos hacían sus apuestas por Jack, el médico altruista y considerado con madera de líder. Otros temieron que, habida cuenta mi caída en terrenos de la rubiola, pudiera considerar a Sawyer, el descarado y aparentemente indolente que, en el fondo, sólo es así por el dolor que sufre. Pero no… pero no… sumemos, a la Guivi le gustan morochos, le gustan más si tienen un toque “extraño”… le gustan guerreros… y sí, el número puesto era Sayid.

El morocho tiene toda la pinta... Imagen de www.graphicshunt.com


Y sí, me conmovió el iraquí, sufrí como loca con su recaída en las maniobras propias del “grupo de tareas” (ese es otro dilema moral… ¿le puedo perdonar que haya sido torturador? En el mundo real, lo dudo… pero es ficción, por suerte, es ficción…). Y eso que en la serie ya no aparece de uniforme, salvo en algún flashback. Lo cual viene a corroborar mi sospecha…

La verdad, no era necesario darle tantas vueltas al asunto. Teníamos otro ejemplo a la mano. ¿Acaso Miles Matheson no es un guerrero en toda la regla? Y bueno, si ya es sabido que me desarmó de entrada…

Ah, llegamos al punto en que me pongo a decir incoherencias...
 

Con el uniforme de la Milicia... pero eso es lo último de lo cual me apercibo, en esta foto...

Hablando de Billy… no conozco ningún rol en el cual se haya calzado un uniforme antiguo. Sí lo he visto de policía, pero ese es un traje que, para mí, carece de glamour. Me encantaría encontrarlo  disfrazado de prócer, jeje…  (La foto es de Untraceable, y aparece en: www.wou.edu)
Pero, por ahora, es un gran consuelo que le haya tocado encarnar al único tipo de uniformado que se mantiene fuera de todo cuestionamiento: el bombero. (La foto es de Brigada 49)

 

Pero volviendo al tema, este gusto mío por los guerreros tiene que explicarse de alguna forma. Me han dicho que puede ser, simplemente, la atracción del opuesto: a mi pacifismo inveterado le fascina el tipo recio. Puede ser, aunque me parece que la cosa es un poquito más complicada.

Siempre fui una persona muy independiente. Por diferentes razones, he tenido que arreglármelas sola y nunca me detuve a esperar que alguien cuidara de mí. Más bien, me ha tocado ser yo la que cuida de los otros. Hasta profesionalmente, me toca velar por los demás, por los que están en una situación de debilidad o inferioridad. Incluso en mis relaciones de amistad, por lo general soy el pilar donde los otros pueden recostarse, y me gusta ese rol.

Entonces… puede ser que mis fantasías con “el guerrero” tengan que ver con la necesidad de, por lo menos de vez en cuando, estar en el lugar del protegido, no del protector. Poder dejar de pensar un momento, y que sea otro el que decida, el que me lleve… en fin. ¿Será eso?

En el fondo, no importa tanto… ¿o sí?