lunes, 25 de febrero de 2013

Hay fanáticas para todos los gustos...

Hace unos cuántos años, una amiga que no sé si me dejará decir su nombre escribió un magnífico decálogo titulado "reglas para ser una fan perfecta". En la línea de ese texto, y habida cuenta de mi estado mental de los últimos tiempos, les dejo una no exhaustiva tipología de las fanáticas que me he ido encontrando por ahí...
Aclaro que no son tipos mutuamente excluyentes, una misma persona puede cuadrar en varias categorías o ir cambiando de nivel con el tiempo (y con el objeto de adoración elegido).

Veamos...


Fanática aplicada: una vez selecciona su “objeto de culto”, se dedica a repasar concienzudamente todos los filmes en los que participó, especialmente aquellos que ella ya había visto pero en los cuales no lo había identificado.

Fanática enciclopédica: lo sabe todo acerca del “objeto de culto”, desde el número de calzado que usa hasta las enfermedades infantiles que padeció en su momento.

Fanática monoteísta: tiene un solo y absoluto “objeto de interés”.

Fanática epidémica: está empecinada en lograr que todas sus amistades se vuelvan fanáticas de su “objeto de interés”.

Fanática inconstante: cambia de “objeto de culto” todos los meses, o algo así.

Fanática fiel: tiene un mismo y único “objeto de interés” desde hace muchos años.

Fanática temática: le gustan todos los que, a lo largo del tiempo, han interpretado al mismo personaje, o todos los que hacen un rol similar. Ejemplo, todos los que han hecho de oficiales navales durante las guerras napoleónicas; todos los que han interpretado a caballeros del Rey Arturo, etc.

Fanática políticamente correcta: le gusta determinado “objeto de culto” porque lo encuentra parecido a su marido – amante – novio, etc.

Fanática “reina del despiste”: en alguna película, su “objeto de interés” estaba tan bien caracterizado que no lo reconoció hasta los créditos finales (sí, esas cosas pasan… péguenle una ojeada al reparto de “La caída del halcón negro” y me cuentan… yo todavía sigo descubriendo gente ahí…)

Fanática “no a la discriminación”: a ella le gustan todos. (Hay películas que fomentan este tipo de fan, la versión de “Rey Arturo” que dirigió Antoine Fuqua es una de ellas…)

Fanática encubierta: si le preguntan, dirá que esto del fangirlism es cosa de adolescentes o mujeres con desequilibrios hormonales, pero su fondo de escritorio y/o protector de pantalla (o la manera en que tiene decorada su agenda…) delatan quién es su “objeto de veneración”.

Fanática no selectiva: desde que determinó cuál es su “objeto de interés”, le parece que toooodos sus trabajos merecen el premio del festival de Cannes, incluso aquellos papeles que el susodicho evidentemente ha aceptado interpretar por el mero hecho que los actores también tienen que pagar la hipoteca, mandar la nena al colegio, cambiarle las cubiertas al coche, etc…

Fanática “propiedad transitiva”: no sólo sigue a un objeto de culto, sino que le interesan las cosas que hacen todos los artistas que han trabajado con él.

Fanática discreta: ella no anda haciendo alarde de su “objeto de interés”, pero si la descubren lo admitirá e, inclusive, en algunos casos tendrá el delicioso detalle de sonrojarse.

Fanática friki – original: a ella siempre le va a llamar la atención el actor al que ninguna de sus amigas le da bolilla.

Fanática “yeta” o “mufa”: el personaje que interpreta su objeto de interés se muere trágicamente en todas las películas (también conocido como “síndrome de Sean Bean”)

Fanática “línea de conducta”: le gustan varios, pero que comparten alguna característica definitoria bien marcada (por ejemplo, todos son petisos, o todos son narigones, o todos son actores británicos pero no ingleses)

Fanática “asaltacunas”: el objeto de interés es, como mínimo, diez años menor que ella. (En este punto, sólo cabe anotar dos frases célebres, 1ra: “Nunca digas de esta agua no he de beber…”, 2da: “El que esté libre de pecado…”)
 
Sería buenísimo que me contaras qué tipo de fans te cruzas habitualmente, cuáles no soportas y por qué... o me agregues alguna que todavía no haya tenido el gusto de conocer!

Sobre los “chongos literarios”


Últimamente se ha puesto de moda por estos lados el llamar “chongos” a cierto tipo de relaciones sentimentales no demasiado serias o con expectativas a largo plazo pero que, según vengo entendiendo, tienen toda la carga sensual que uno solía atribuirle al concepto de amante. En fin, parece que es algo un poco más duradero que el conocido “toco y me voy”, pero no de tan largo alcance o tan relevante como podría serlo un amante de tiempo completo. Algo así como “este muchacho con el que estoy saliendo, porque lo pasamos bien, pero nada de complicaciones…  me involucro pero no para tanto”.

En fin, que de esos no quiero ni necesito. Con un solo hombre “de carne y hueso” en mi vida es mucho más que suficiente. Pero la palabreja me cayó en gracia, y he decidido hacerle un lugar en mi vocabulario, previa reformulación.

A qué negarlo, amantes tengo y he tenido desde siempre. Por lo general de a uno por vez, pero eso no significa que el nuevo rey ejecute a los anteriores, los mantengo a todos en mi galería de la fama. Me refiero a mis amores literarios. Esos personajes que me hacen perder la cabeza y, de vez en cuando, el tiempo y el sueño. Esos por los que releo ciertos textos miles de veces, tanto que los volúmenes se abren solos por determinadas páginas. Esos por los que rompo mis propias reglas y decoro las márgenes de los libros con frases escritas con birome de color, con trocitos de poesías, con exclamaciones y réplicas, hasta con pegatinas de brillitos… Esos por los que sigo pareciendo una adolescente a pesar de haber cumplido los treinta y… largos. Esos que, cuando tienen la fortuna de llegar a la pantalla (chica o grande) encarnados por algún actor que no se les queda corto, me dan material para sobrecargar mi ordenador con todo tipo de imágenes, y con esos protectores de pantalla que el santo varón de mi marido tolera, entre resignado y compasivo. Esos por los cuales he desperdiciado páginas y páginas escribiendo historias paralelas (ahora sé que se llama fanfiction…) que nunca verían la luz, porque no se puede publicar lo que uno le imagina a los personajes de otro. Esos que me sostuvieron cuando parecía que en este mundo no había ningún hombre que valiera la pena, o cuando el que sí la valía se portaba como si no…

Esos, en definitiva, son mis “chongos literarios”. Sí, ya sé que es una contradicción en los términos. Dije que los chongos no duraban mucho, y mis amores de papel son como pide el rito católico: para toda la vida (aunque ahí se termina el parecido, la Iglesia de Roma se escandalizaría ante semejante poliandría). Pero una vez hechas estas aclaraciones, el concepto resulta muy útil por lo que resume: no son amantes, no son esposos, no son novios, no son amigovios, no son amigos con derechos, no los une un foedus amicitiae, como lo quería Catulo… antes que decir tantos no, o tener que dar largas con fórmulas del estilo “el personaje de tal libro que me gusta” (¡cuando un me gusta se queda lastimosamente corto, por favor…!) pongamos que son los chongos literarios, y ya.

En esas noches de invierno, con ruidito de lluvia en el tejado, con niños dormidos y esposos de viaje (o enfrascados en sus cosas… o directamente inexistentes, en el caso de una separada, soltera, viuda…), cuando una mujer se mete en la cama acompañada de un buen libro y un rico té, o chocolate, o licorcito, seguramente se está escapando con su chongo literario…

Cuando va en el colectivo tan enfrascada en la lectura que se humedece los labios sin notarlo, los ojos le brillan y, probablemente, se pasa del lugar donde tenía que bajarse… en su cabeza se está tomando un cafecito con él.

Y bien, la locura doméstica que les propongo aquí tratará, en gran medida, de estos muchachos.