domingo, 23 de agosto de 2015

Dos tipos recios, de buen corazón.

"Los hombres son simples", reza una conocida frase. Simples, fáciles de entender, sin vueltas, por contraposición a las mujeres, que seríamos las enroscadas, las complicadas, las que le andamos buscando la quinta pata al gato.
Bueno, pues a mi humilde entender, el sentido común no siempre da en el clavo. Los hombres no son simples. A lo sumo son sencillos de contentar, que no es lo mismo. Por lo menos en mi experiencia, los caballeros se conforman con poco: precisan la barriga llena, un rato de silencio y soledad diarios... y tener satisfechas esas otras necesidades que ya sabemos (a fe mía, suelen quejarse del mal humor de una dama "deficientemente atendida" pero... mi madre, líbrame del macho disconforme en la cama, porque es francamente inaguantable...)
Como les decía, que se den por cumplidos con poco no significa que sean simples. De hecho, agradezco su complejidad. ¿Se imaginan lo aburrido que sería convivir con un hombre que tuviese nomás dos o tres compartimientos en su cabeza? ¿Con un tipo carente de intereses y de profundidad, que no se cuestionara el sentido de su vida ni sus objetivos? Habrá hombres simples, probablemente, como también debe haber mujeres fáciles de entender. Pero la verdad, los prefiero complicados. Contradictorios. Capaces de hacerse preguntas, de replantearse el camino si es necesario. Capaces de no ser "turistas de la vida", de tomar decisiones jugadas aunque eso implique después reflexionar - y aún arrepentirse - acerca de lo oportuno de la opción.
Ese carácter complejo es el que, por lo general, hace que tal o cual personaje de ficción me resulte atractivo. "El antihéroe en la encrucijada" suele ser parte del cóctel mortal que transforma a un cualquiera en un chongo. A veces, incluso, me es posible descubrir un perfil reiterativo en los personajes que me gustan. Y eso resulta muy claro si comparamos, en particular, a Miles Matheson (Revolution) y Alexander Mahone (Prison Break).
¿Qué tienen en común ambos antihéroes? Bastante más de lo que parece a simple vista. Bastante más que el hecho de ser interpretados por dos Guillermos (Billy Burke y William Fichtner) que, casualmente, cumplen años con pocos días de diferencia a finales de noviembre, y tienen hasta una forma de pararse y caminar, por cierto, similar.
Comencemos por el principio: los dos personajes formaban parte, originariamente, de las fuerzas de seguridad. Matheson pertenecía al cuerpo de marines antes de producirse el "apagón" que es centro del conflicto en Revolution. Mahone se presenta en la ficción de Prison Break como el agente especial del FBI, encargado de capturar a los fugados.
Ambos actúan, en sus orígenes, impulsados por profundos valores y, en nombre de ellos, son cegados por su celo personal y terminan cometiendo errores de temer.
Como ya mencionara en otro artículo, la necesidad de tomar medidas para poner freno a la caída en la barbarie, para sofrenar la lucha de lobos que se desata en el mundo postapocalíptico del apagón, es lo que llevó a Miles a la creación de la Milicia, brazo armado del gobierno de Sebastian Monroe. Es sabido que, en un principio, no imaginaba que estaba creando un monstruo. Frente a los abusos que los circunstancialmente más fuertes cometían en contra de los débiles, Matheson supuso que era beneficioso tomar sobre sus hombros la responsabilidad de mantener el orden. Qué orden, esa fue otra cuestión. Pero es imposible dudar de sus buenas intenciones. Se consideró con la suficiente capacidad para hacerse cargo de la protección de un cierto estado de justicia, sólo para descubrir después que la situación se le escapaba de las manos.
El celo por la justicia es también el valor que precipitó la caída en desgracia de Alex. Comisionado por el FBI para dar captura al prófugo Oscar Shales - al cual él mismo describe como asesino, torturador y violador - llegó a obsesionarse por su misión. A tal punto que, habiendo capturado al reo, no confió en que el sistema legar llegara a darle su merecido. Ante la posibilidad que el delincuente pudiese burlar al aparato judicial y terminar reduciendo su condena o saliendo en libertad, merced al recurso de contar con buenos y caros abogados, Mahone decidió que correspondía hacer justicia por mano propia. Lo ejecutó y lo enterró en el jardín de su casa familiar. No deja de percibirse cierta soberbia en este tipo de actitud.
En ambos casos, las consecuencias de sus acciones persiguen a los personajes. Sus vidas cambian para siempre. Ya no podrán disfrutar de los placeres simples que, hasta ese momento, podían tener. La vida de familia en el caso del agente del FBI, y la amistad en el del ex - marine, se envenenan por los resultados de las decisiones tomadas, hasta tal punto que ambos deciden alejarse de aquellos a quienes más aprecian, sencillamente porque se dan cuenta que les hacen más daño que bien. Matheson pasa a la clandestinidad, convirtiéndose en un ignorado barman. Mahone continúa con su trabajo policial, pero se divorcia de su esposa.
Las situaciones límite les dejan secuelas y, en los dos casos, buscan evadirse del dolor recurriendo a sustancias que les permitan olvidar las circunstancias, o bien manejarlas como si no importasen tanto. Miles ahoga sus penas en alcohol, en tanto que Alex se vuelve adicto a los ansiolíticos.
Son personajes quebrados por sus propias decisiones, pero ese abatimiento no les impiden continuar actuando porque, a la vez, son hombres de acción. Se definen en su obrar, y eso los mantiene vivos, los impulsa. Necesitan abrazar una causa, por pequeña o personal que sea. Y en ambos casos, el rol de los afectos será fundamental. Lo que saca a Matheson del anonimato es el pedido de auxilio de sus sobrinos. El motor que moviliza a Mahone es, primero, la ilusión de recuperar a su familia y, después, el anhelo de vengar los dolores que a ésta se le han causado.
Y el tema de la familia nos centra de lleno en la complejidad de los personajes. Me consta que puede resultar gracioso, pero creo que el rasgo que más define a estos dos antihéroes el la ternura recia. Porque al mismo tiempo que son predadores de cuidado, capaces de cometer asesinato sin que les tiemble el pulso cuando ven la necesidad, se desviven por aquellos a los que aman y son capaces de cuidarlos con fina dedicación. En general, se conmueven ante los débiles. No son los típicos abusones que intentarán sacar ventaja de los menos afortunados. Porque, en el fondo, si han fallado, si han caído en desgracia, ha sido por intentar defender a esos débiles. Equivocando los medios, claro, pero con buenas intenciones. Guiados por un inconfundible buen corazón. Corazón acorazado, que les permite ser feroces y aún crueles en su búsqueda de justicia... pero también sensible, también vulnerable.
Yo no creo ni que Revolution ni Prison Break hayan sido pensadas como algo mucho más meduloso que chicle mental, recreación, oportunidad para que el ciudadano promedio se despeje con una ficción que lo aleje de sus preocupaciones cotidianas. Lo cual es perfectamente válido. Pero cuando uno se encuentra con este tipo de personajes, interpretado con la maestría que demuestran Burke y Fichtner, cada uno a su manera, sencillamente se agradece. Se agradece que no todo sea blanco o negro, buenos y malos, policías y ladrones. Se agradece que el policía sea un tipo conflictuado y que sufre, que transita toda la gama de los grises morales. Se agradece que el líder se equivoque, que pague por ello y que se arrepienta. Es genial que los hombres de ficción sean, a veces, tan encantadoramente complicados como nuestros compañeros reales.