De momento, les acerco este relato...
Navíos.-
Ahora que se tomaba su tiempo para pensarlo, aquel había sido un año
extraordinario. Y no sólo por haber podido, finalmente, concretar su
matrimonio con quien fuera su novia de toda la adolescencia. El joven
debía reconocer que, aunque le resultara inevitable sentir un
pinchazo de culpa, haber recibido su primera comisión como capitán
de fragata era el hecho en torno del cual estaban vertebrados los
últimos meses.
Convenientemente alojados en una edificación de la zona portuaria,
los esposos habían ordenado su habitación en una estancia que daba
a los muelles. Desde la ventana del cuarto matrimonial, Henry podía
deleitarse en la contemplación de los mástiles de su navío, surto
en el amarradero junto con otros tantos de la Real Armada. Pero, para
él, los tres palos de la Eliza era especiales, más esbeltos,
más elegantes, más sólidos que los de todos los barcos allí
amarrados.
Sonrió brevemente frente a ese pensamiento. Era evidente que, como
capitán, se hallaba enamorado de su embarcación, y con esa óptica
no siempre imparcial la contemplaba. Por lo que sabía, lo mismo le
ocurría a todos aquellos que lograban llegar a un puesto de comando.
La guerra contra Francia napoleónica había alcanzado un punto sin
retorno durante ese año, y por tal razón, varios tenientes habían
sido promovidos a capitanes y comisionados con su primer barco. Henry
se contaba entre ellos, promoción que le había granjeado la holgura
económica necesaria para casarse y establecerse. Pero había
disfrutado poco de su nuevo hogar, ya que los meses pasaron yendo y
viniendo por el Canal y por la costa bretona, en una misión tras
otra.
Cuando se hallaba en alta mar, no siempre tenía tiempo de extrañar
a su esposa. Cuando había calma, cuando el enemigo no intentaba
abandonar los puertos o burlar los bloqueos, entonces sí, podía
pensar en ella. Pero en medio de las escaramuzas y los bombardeos,
cuando había que cañonear al enemigo o evitar que abordara, o
cuando se reunía en consejo de guerra a planear la próxima
operación, era difícil encontrar un momento para añorar el hogar.
Mal que le pesara, extrañaba a la Eliza. Cathy era su esposa
y la amaba entrañablemente, pero su embarcación siempre sería algo
así como una amante. Ese era el sino secreto de todos los capitanes.
Y esa era la razón por la cual, si las cosas iban mal, ninguno
quería sobrevivir a su navío. Debían hundirse con él.
* * * * * * *
El planeta estaba muriendo.
Maat lo sabía, y Merneith también. Ya había pasado la etapa en que
el Alto Consejo pretendía ocultar la verdad para evitar el pánico.
Ahora todos estaban enterados de la dimensión del peligro que
corrían, porque solamente el esfuerzo mancomunado podía llegar a
salvar aunque fuera las semillas de su civilización, arrojadas al
azaroso espacio.
El planeta sucumbía, víctima de la contaminación generalizada. La
generación de los padres de Maat había tomado consciencia de ello,
y había educado a su progenie en la cultura del cuidado de la
naturaleza. Habían sustituido las energías fósiles por otras
renovables y limpias. Habían limitado el consumo exagerado, habían
generado una ideología de uso igualitario y responsable del
ambiente. Pero las medidas llegaron demasiado tarde, cuando el mundo
ya no estaba en condiciones de sobreponerse. O lo haría, sí,
seguramente... pero a un ritmo demasiado lento para garantizar la
sobrevida de sus pobladores más evolucionados. Si es que aún se
podía hablar de evolución.
Por esa razón se habían construido las naves. Grandes arcas
espaciales en las que podían albergarse toda la información, todo
el legado técnico, genético y artístico de la civilización, con
la esperanza que encontrase algún planeta en el cual afincarse y
comenzar de nuevo, esta vez con una mayor consciencia, con una mejor
sincronización entre la sociedad y su medio.
Pero las grandes naves suponían una dificultad que, por un momento,
pareció insalvable. La complejidad en su diseño, la multiplicidad
de funciones, la necesidad de tomar decisiones de manera creativa,
llevaron a que sus diseñadores decidieran dotarlas de una
inteligencia superior. Los navíos no serían meras máquinas, sino
que su corazón sería una conciencia viva: la conciencia de una
persona.
Merneith fue una de las primeras en ofrecerse para el sacrificio.
Ella se convertiría en la conciencia de una de las naves pioneras.
Maat nunca supo demasiado bien qué había llevado a su compañera a
tomar semejante decisión, pero la acompañó en todo momento. Estuvo
allí mientras la entrenaban. La escuchó cuando ella soñaba en voz
alta, imaginando el nuevo mundo en que su navío tocaría tierra. La
abrazó durante la noche previa a los procedimientos, mientras
recorrían por última vez todos los senderos que iban de la ternura
más simple al deseo más irrefrenable. Y estuvo presente en la sala
de operaciones, observando el proceso mediante el cual su amada se
transformaba en un cyborg, su cuerpo inserto en la estructura del
vehículo interestelar, sus nervios conectados con los mandos que la
dirigirían, su conciencia potenciada y ensamblada en los ordenadores
de vuelo.
Y entonces se ofreció para ser su piloto.
Todas las aeronaves funcionaron de esa manera, combinando dos
conciencias, una interna y otra externa. Pero debían pertenecer a
individuos con una fuerte compenetración recíproca, para que el
entendimiento fuese casi automático. Por esa causa, en la mayoría
de los casos, el cyborg de navegación y el piloto tenían vínculos
profundos. Parejas, padres e hijos, hermanos gemelos, fueron algunas
de las múltiples combinaciones que se dieron.
Y así los navíos espaciales abandonaron el planeta moribundo,
llevando consigo los gérmenes para un nuevo despertar, allí donde
fuera posible o preciso.
* * * * * * *
Maat estaba ya a las puertas de la ancianidad cuando la nave-Merneith
llegó a la vista de su destino: el tercer planeta de una estrella
mediocre, en el ala más externa de una galaxia del montón.
La voz de la aeronave resonó en su cabeza:
“Detecto múltiples formas de vida, pero una sola forjadora de
cultura. Se encuentra diseminada por cinco de seis continentes, con
una misma carga genética y en diversas manifestaciones materiales.
La mayoría viven de la caza y la recolección. Unas pocas han
desarrollado agricultura. Intentaré acercarme para descender sobre
aguas tranquilas, cerca de las costas de una de estas últimas.”
Ingresaron en la atmósfera según lo planeado. Con la elegancia de
un enorme cetáceo, el navío estelar se posó sobre las aguas de un
mar tranquilo, en la confluencia de tres de los continentes
habitados.
Pero entonces, los estabilizadores de flotación fallaron, y la
nave-Merneith comenzó a hundirse.
Maat habría decidido permanecer en ella, hundirse con ella, dormir
con ella en las profundidades de ese mar desconocido, pero su amada
fue implacable.
“Si ambos morimos, todo este sacrificio habrá sido para nada.
Así que vete de aquí. Toma el equipo mínimo, aunque sea, y sal a
la superficie. ES UNA ORDEN, COMANDANTE.”
En cierta manera, esa sería su última voluntad, y era obligación
honrarla.
* * * * * * *
El desconocido había llegado desde el mar, arrastrando sus viejos
huesos y un extraño hato que le servía de equipaje. Hablaba una
lengua ignota, pero prontamente logró hacerse entender. Los hermanos
del clan pensaron que era cosa de magia, eso de comenzar a
comunicarse como los hombres en tan poco tiempo.
Era raro, el abuelo, con sus cuentos de mujeres que se volvían
carretas que se desplazaban por el cielo. Pero también era útil,
con sus consejos para construir canales que llevaran el agua del río
hasta sitios alejados, o con sus indicaciones de cómo y cuándo
sembrar para que el plantío aprovechara las crecidas.
Cuando sintió que sus días se acortaban, dedicó varias lunas a
enseñarles cómo debían trabajar la madera para construir carros
que corrieran por el río e, incluso se internaran en las aguas
grandes. Cada vez que miraba el mar, sus ojos se inundaban como los
campos en la época de las crecientes.
Una vez que la primera embarcación estuvo terminada, eligió a uno
de los hombres para que subiera a bordo con él. Con el cariño de un
padre, le enseñó a pilotearla.
“La nave es una mujer, y como tal debe ser tratada. Ella será tu
compañera, si sabes hablarle te llevará tan lejos como tú quieras.
Debes aprender a oírla, a respetarla, a seguirla. Sólo así
lograrás que te acompañe en lo que necesites. Si tu barca sufre, tú
sufres con ella. Si es feliz, tú también lo eres. Nunca la
abandones en la adversidad. El destino de ambos debe ser uno solo.”
Al anochecer, el viejo Maat, navegante de las estrellas, se despidió
de los hombres. Lentamente, avanzó mar adentro, dejando que las olas
fueran engulléndolo. Cumplida su misión, lo único que quería era
descansar otra vez en el seno de Merneith, su esposa, su amante, su
nave.
* * * * * * *
Su mirada amorosa acarició, una vez más, los mástiles de la Eliza,
antes de retirarse de la ventana.
“El capitán debe hundirse con su barco”, volvió a pensar,
sonriendo, mientras sentía una extraña melancolía. No sabía de
dónde venían esas palabras y esa costumbre, pero lo conmovían, lo
llamaban como algo nacido en la noche de los tiempos.
No tenía forma de saber que, como todos los capitanes, era heredero
del amor entre el primer navegante del mundo y su barca-esposa.
Que linda historia!
ResponderEliminarMe encantó el sentido que le diste a lo de "el capitán debe hundirse con su barco", fue muy tierna esa parte y la idea muy original.
Espero que te animes a seguir escribiendo!
Besos!!
Gracias por leerme! Hacía mucho que no me animaba con estas cosas... Ya veremos si me vuelve la inspiración, jejeje...
Eliminar¡Qué grata sorpresa de retomar tu blog, Guivi! Muy bien escrito tu cuento y además genial eso de usar el montaje, que cuando creía te habías decantado por un inesperado texto histórico, al final terminaste incursionando en la ciencia ficción. Sigue adelante con tus inclinaciones artísticas, que posees condiciones para ello.
ResponderEliminarElwin, cómo te digo que no tenía idea que ese recurso se llama montaje. Por eso me gusta cuando la gente de letras me lee, porque aprendo un montón. Así que mil gracias!
ResponderEliminarCreo que en este caso fue una forma de unir dos pasiones: la historia y la ciencia ficción.
Por otro lado, por primera vez en la vida estoy conduciendo a diario un automóvil, y creo que de mi necesidad de sentir una conexión con la maquinaria debe haber surgido esta idea... en fin... cada quien encuentra inspiración donde puede, jeje...
Muchas gracias por tu tiempo!
Uhhhh, que lindo, me gustó mucho :)
ResponderEliminarGracias por leer!!!! Un besote
Eliminar¡Y ensar que de joven soñaba con casarme con un capitán de fragata! Pero claro ellos estan casados con el mar. Me encanto la yuxtaposición de épocas y géneros. No eres única, Gene Rodenberry confesó en su día que Viaje a las Estrellas no existiría sin Horatio Hornblower
ResponderEliminarC.S. Forester y Gene Rodenberry! Cuánta felicidad me han aportado eso dos. Es que sí, "caballos que van por la mar son los navíos", decía Alfonso el Sabio... y navíos que van por el cielo son las naves espaciales...
EliminarGracias por leerme!
Estimada Guivi, mientras espero nuevo post tuyo, te cuento que he cumplido mi palabra y ya está en mi blog Jessica Jones. A ver qué te parece mi punto de vista, ejem, masculino. Estoy al tanto de tu propia entrada al respecto.
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